Mi misión

Subí el ascensor del edificio que por aquel entonces oficiaba de palacio de Gobierno, sufriendo en silencio la lentitud con la que avanzaba ese infernal artilugio eléctrico.

No había alcanzado aún el piso 11 cuando di un respingo: sentí un fuerte apretón en mi nalga derecha, al tiempo que una voz me susurraba al oído:

  • Tan temprano que llegas, guapetón.

Me di media vuelta, dispuesto a propinarle una fuerte bofetada al autor de semejante insolencia, cuando vi que se trataba de ÉL: Su Excelencia el Capitán General y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y de Orden, Presidente de la República Augusto José Ramón Pinochet Ugarte (si aquí se ve largo debieron haberlo visto en los televisores de 11 pulgadas de sus padres, jóvenes millenials).

  • August, ¡Por la cresta del mono! Casi te pongo un combo en el hocico.- mascullé.
  • Jajajaja, sereno Martín Vargas. Sólo estaba bromeando contigo.- dijo con esa voz gruesa y varonil que lo caracterizaba.

Bajamos ̶t̶o̶m̶a̶d̶o̶s̶ ̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶m̶a̶n̶o̶ ̶ del ascensor y caminamos hacia su despacho charlando sobre diversos temas de contingencia. Ya frente a la puerta, August sacó un manojo de llaves para abrir la puerta de su oficina. Al cabo de unos minutos, y de rabiar bastante, logró dar con la llave correcta y pudimos ingresar.

Una vez adentro percibí un pestilente olor a vino. Busqué con la mirada de dónde provenía aquel hedor mientras abría una ventana para ventilar, cuando de pronto vi a un hombre tirado en uno de los sillones. “Será Allende?” pensé instintivamente, luego recordé los hechos acaecidos recientemente (leer El Golpe) y deseché la idea.

  • No metas boche por favor -dijo mi AP (Augusto Pinochet)- José Toribio ha tenido algunos problemas maritales con Margarita Riofrío y se está quedando a dormir acá por unos días.
  • Por mi no se preocupen -dijo el bulto humano- de todas maneras ya me tengo que levantar. ¡Hip! -dijo volviendo a taparse con la manta.
  • ¿Pero estás bien, José Toribio? ¿Seguro que no quieres un vaso de agua?

Al parecer mi pregunta le produjo un desajuste estomacal, ya que JT se puso en pie de un salto, me miró con ojos desorbitados y se fue tambaleando al baño.

Busqué un lugar cómodo para poder hablar con AP. Frente a su escritorio había un sillón color turquesa en el que me acomodé.

  • Oye August, este sillón tiene un resorte salido. -dije, cambiándome de lugar.
  • Bah, qué raro, ayer se sentó Jaime Guzmán y no se quejó.
  • ¿Quién? -pregunté.
  • Jeime-WiseMán -pronunció en un acento extraño- Te he hablado de él antes. Decidí cambiarle el nombre y le exigí que adoptara una forma humana para que me ayude en algunos temas de política interna.
  • Ah, ok -respondí distraído- Oye, antes de que se me olvide, te tengo un regalo. -dije mostrándole el paquete. Del regalo.
  • ¿En serio?
  • Si, son unos lentes de sol que están de moda en las Europas. Los compré porque creo que van a realzar tu imagen de líder benévolo.
  • Gracias Manu. Justamente tengo una sesión de fotos ahora en la tarde, así que ahí los voy a estrenar. -respondió probándoselos frente a un espejo de cuerpo entero que había en la habitación.

El regalo 👆🏻

  • Y bien August, tú me dirás en qué puedo servirte.
  • ¿Estás seguro de lo que me ofreces? -respondió, lascivo.
  • Te estoy hablando de la misión para la que me mandaste a llamar, soquete.
  • Ah bueno -dijo cambiando de tono- yo sé que tú no eres muy creyente de las cosas sobrenaturales Manu, pero eres un hombre fuerte, valiente, intrépido y bien parecido…
  • August, deja de sobarme el lomo y ve al grano por favor.
  • Ok ok. Resulta amigo mío, que tengo ciertas sospechas de la Lucía…

Ese fue mi segundo micro infarto del día. «Se ha enterado de mis visitas furtivas a su casa mientras anda de viaje» pensé.

  • No es eso Manu -dijo él, leyéndome la mente- es algo aún más repugnante.
  • Tú me dirás -contesté, aún perplejo.
  • He descubierto que la Lucía no es un ser humano común y corriente.
  • Eso ya lo sabías.
  • Pero no porque yo la haya mordido en el cuello. (Ver capítulo «Lucía y yo).
  • ¿No?
  • Nones. Llevo 10 años de matrimonio con esa mujer y han sido como 10 minutos…
  • Pero debajo del agua, -interrumpí- August, llevas años haciendo ese mal chiste.
  • Pero cuando lo digo frente a los soldados de la guardia se matan de la risa.

Me limité a encogerme de hombros y levantar las cejas, pero AP pareció no captar mi lenguaje corporal.

  • Bueno, lo que te quería decir es que he tratado de mandar pa’l otro barrio a esa mujer de todas las maneras posibles: le he cambiado las pastillas de calcio por arsénico, le he apretado la nariz y la boca mientras r̶o̶n̶c̶a̶ duerme. Hasta le he clavado una estaca en el pecho…

Por un momento recordé cuando vi su pecho desnudo y tenía una tremenda cicatriz. Esa vez me aseguró que se le habían corrido los puntos de la cesárea. Mientras recordaba esas escenas en mi mente AP continuaba hablando.

  • … y entonces, esa es la cuestión Manu, por eso necesito que investigues el VERDADERO ORIGEN DE LA INMORTALIDAD DE LADY LUCY.
  • ¿Me puedes repetir la última parte? No te estaba poniendo atención.
  • No, no puedo. Ahora mismo tengo una reunión con un grupo de estirados que tienen una súper idea para reactivar la economía, «Chicago Boys» creo que se llaman. Además ya dispuse de un helicóptero y un hombre para que te ayude en esta misión. Te está esperando en el helipuerto del edificio.

Me despedí de AP cuadrándome mano en visera y partí con rumbo aún desconocido.

 

> Siguiente capítulo: «Ella y yo».


1 comentario en “Mi misión

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